martes, 16 de marzo de 2010

Conociendo el Amor... y el Miedo.





Como actríz que soy, yo todo me lo tomo a pecho. Todo para mí siempre ha sido muy serio. Todavía recuerdo cuando una vez mi papá llegó de sorpresa al colegio y yo no cabía de la felicidad pensando que había ido a visitarme. La realidad era que la Directora lo había llamado porque yo me negaba a participar en el acto del colegio. Mi papá, la Directora y yo nos reunimos y tuve que explicarle nuevamente a la Directora, pero ahora frente a mi papá, que yo pasaba todas mis tardes en clases de danza, en clases de música y actuación, que para mí el acto del colegio era algo que podía resultar lindo pero que al único ensayo al que había asistido era tanto el desorden que me tuve que ir indignada. -¿Cómo pretendían que me prestara a semejante “espectáculo” cuando hacer Teatro era justamente lo que yo amaba hacer?- Y luego rematé: - Tú me entiendes papi, porque tu también amas y respetas el Teatro-. Como buena “Prima Dona” no me acuerdo que cara pusieron, sólo me acuerdo de mi indignación. Lo cierto es que en lo sucesivo nadie me molestó nunca más con tener que participar en ningún acto en el colegio.

Por supuesto, esa seriedad aplicaba a todos los ámbitos de la vida: ¡Los amores, por supuesto!
Mis primeros grandes amores fueron mi familia, mi hermano, que fue el niñito más dulce, hermoso y generoso del universo, ¡claro! superado únicamente por Theo, esas tres amigas que se convierten en tus hermanas para el resto de la vida, los amores platónicos que se convierten en tus mejores amigos, esos dos o tres chicos que te roban el corazón y a los que alguna vez te atreves a soltarles un: ¡Te amo! y mi profesión, por supuesto, que siempre ha sido el gran amor de mi vida.

La primera vez que vi a Theo vino a mi mente eso que siempre te repiten: “El parto es doloroso pero cuando por fin ves al bebe se te quita todo” Bueno, lo siento mucho, pero no es cierto. La primera vez que vi a Theo, después de pujar casi cinco horas, pensé: - ¡Hasta que por fin saliste caramba!- Y no fue exactamente alivio y amor lo que sentí en ese momento. Sin embargo, debo confesar que sí, te empiezas como a embelezar con ese pedacito de carne que se mueve y llora. No fue sino hasta un par de días después que, sin sentirme aún convencida de llamarlo por su nombre, lo llamé: Mi amor…..¡OH!..... ¡Qué diferentes me sonaron esas dos palabras entonces! Y cómo su verdadero significado, después de 33 años de repetirlas, realmente se me reveló y me recorrió todo el cuerpo. “MI AMOR: mío, mi pequeñito hijito nacido de mí que tiene mi vida y todo mi ser en sus manos.” Así de poderosas son esas dos palabras que cotidianamente usamos sin reconocer su valor.

Más fuerte aún fue el primer día que le dije: TE AMO. Sentí vergüenza de haberme atrevido a pronunciar estas palabras antes. Pero con todo este nuevo mundo poderoso de amor profundo que se me estaba revelando descubrí algo que tampoco había conocido nunca antes: El Miedo. Hace poco un actor me dijo:- “No hay un sólo día de mi vida en que yo no me aterrorice pensando que algo pudiese pasarle a mis hijos-” Y yo pensé: ¡Que alivio! ¡No soy la única!-

Quizá es que los actores somos muy dramáticos y todo lo vivimos intensamente, porque a fin de cuentas ese es nuestro material de trabajo para el futuro. Quizá, el mundo no es ese lugar que cuida y proteje la inocencia de tantos niños incapaces de defenderse a sí mismos. Quizá es que los medios son muy amarillistas y cada noticia es espeluznante. Quizá el futuro no es lo que yo creía de niña y ese futuro no le dejará ver a mi Theo las cosas maravillosas que yo he visto: Los Roques, lleno de vida y de colores bajo el mar, el hielo en el Pico Bolivar, El Tibet y sus monjes cantando y meditando todo el día en sus monasterios con todas sus coloridas casitas milenarias alrededor, La Patagonia virgen con su Glaciar al nivel del mar, Los hermosos Samanes al borde de la autopista camino a Valencia que cada fin de semana veía de niña, La fuente natural que fluía de la tierra y nos alimentaba en el tope de una montaña en Trujillo, Los carnavales en Sabana Grande, El Ávila tupido, salvaje y verde que durante años me dejaba escapar de la ciudad cada mañana, Los pequeños y silenciosos pueblitos Andinos, Macuto... O quizá, ser padres es justamente reconocer todo esto, morir de amor y de miedo al mismo tiempo. Reconocer finalmente el peligro que hemos ignorado tranquilamente mientras nuestros padres se desvelaban por nosotros.

Lo cierto es que usualmente en algunas entrevistas que me hacían, me preguntaban: -¿A que le teme Eliana?- Yo nunca sabía muy bien que responder, el temor no formaba parte de mi vida. Ahora ya se a que le teme Eliana y ya se qué es lo que más me horroriza en el mundo. Ya no es tan fácil ver algunas películas, leer algunas noticias o tocar algunos temas. Ahora tienen todo el sentido del mundo estos versos:

“Cuando se tienen dos hijos
se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas
y ensangrentar las pelotas de goma
y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda.
Cuando se tienen dos hijos
se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza,
la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega,
si el modo de llorar del universo
el modo de alumbrar de las estrellas.”

“Los Hijos Infinitos”, Andrés Eloy Blanco.