miércoles, 21 de julio de 2010

Mi Venezuela amada!


Mi reciente viaje a Venezuela significó, como casi todos los viajes lo son , un punto de quiebre en muchos sentidos que luego comentaré, pero sobre todo me enfrentó con una realidad que me ha costado todo este tiempo terminar de analizar y comprender. La realidad que ví no tiene nada que ver con esa realidad de la que hablan los titulares de prensa, o el lugar común que nos tiene poseídos que es el de quejarnos por absolutamente todo. Al contrario, nada más feliz para mi que aterrizar en Maiquetía y maravillarme con tanto verdor, con esa selva que se nos viene encima y que da la sensación que si dejáramos de podar las matas y cortar el monte por 6 meses, el Avila nos tragaría y la ciudad desaparecería. Me encanta subir desde la Guaira y mirar por el retrovisor el mar y saber que en un rato (dependiendo de la cola) estaré en Caracas y a pesar de tanto concreto y caos sólo tendré que voltear la mirada, no importa si estoy en Qta Crespo, en el Cafetal, en la Trinidad o en la Urbina, el Avila siempre estará ahí vigilante, para recordarme que estoy en casa, en el lugar al que pertenezco.


Por supuesto esta vez hablé de mi Blog en todos lados, pero lo más sobresaliente fue la entrevista con mi querido Luis Chataing, gracias a ella muchos de ustedes me han escrito. Aunque traté de dar una visión muy general en el poco tiempo de la entrevista y de no ahondar en detalles a esa hora de la mañana, rodeada de estos tres hombres que me miraban como loca, traté de dar mi visión sobre una manera de vivir de la cual nos estamos alejando cada vez más y más. Me sorprendió luego al salir de la entrevista como un amigo que escuchó la entrevista me dijo: “¡Tan linda! Como te has creado un mundo rosado para abstraerte de la realidad”. A mi mente vino inmediatamente la madrugada del parto sintiendo las contracciones cada vez más fuertes sin pedir nunca anestesia o algún calmante, recordé como caía dormida entre contracción y contracción exhausta durante esa madrugada. También me ví obligandome a amamantar a Theo llorando y puteando del dolor y repasé los últimos 15 meses de mi vida donde cada noche me levanto sin molestarme cada dos horas a mecer, a dormir, a cambiar o a simplemente arrullar a Theo que se niega a dormir de corrido. Después de repasar todo esto estoy tratando todavía de encontrar ¿Qué fue lo que le pareció rosado o fácil a mi colega que lo hizo pensar que yo me abstraía de la realidad cuando yo siento exactamente todo lo contrario?

Vivir la realidad, enfrentarla, experimentarla con todo mi ser, despierta, atenta, tratar de atrapar en mi memoria cada momento de mi vida, que no sienta que se me pasó la vida sin vivirla. Tratar de aprehender cada minuto junto a Theo, sus risas, sus llantos, sus miedos. Tratar de estar conciente de mi vida todo el tiempo posible, de lo que me asusta, de lo que amo y me emociona, tratar de cuestionarme a mí y a lo que me rodea, de hacerme preguntas y no de despertar un día y ver a mi hijo como a un extraño sintiendo que la vida se me fue… esa es mi meta.


Yo pienso que estamos muy confundidos. Nos han repetido tanto el mensaje que ya lo vemos cómo una realidad, como la única realidad posible.


Theo nació al comienzo de la semana 41. Las cesáreas te las programan siempre para la semana 37 o 38. Yo recuerdo cómo fui a mi último chequeo la semana 40 y la enfermera me dijo: “Si quieres te podemos inducir el parto porque ya es tiempo”. Yo, como cualquier otra madre estaba ansiosa y tenía miedo. Debo confesar que me sentí tentada a que me tomaran de la mano como una niñita y me dijeran qué hacer, a qué hora y cómo. Que me anestesiaran, que decidieran todo por mí y salir de eso ya de una vez, que me dieran a mi niñito rápido para verlo. Menos mal no creo en las pelvimetrías y nunca me la hice porque, hay cabezas grandes, hay cabezas muy grandes y después viene la cabeza de Theo que fue la cabeza más grande que ha recibido mi partera. Menos mal tampoco me hice un eco los días previos porque hubiesen visto que Theo pesaba más de 4 kg, venía con el cordón en el cuello y además no de coronilla como todos los bebes sino de cara. Sólo por una de estas razones en Venezuela me hubiesen hecho la cesárea rapidísimo y yo me hubiese asustado al oír todo eso y me la hubiese dejado hacer. Yo confié en que la naturaleza es sabia y confié en la calma que mi corazón sentía sabiendo que todo iba a salir perfecto.


Particularmente no le veo nada de rosado o infantil al hecho de tomar las riendas y la responsabilidad de “mi” vida, de “mi” felicidad y pagar el precio y las cicatrices de ser adulta. No dejé que nadie interviniera en “mi” decisión de tener a Theo en casita, protegida por los seres que amo, alentada por todas las generaciones de mujeres valientes que parieron de la misma manera durante siglos y siglos. ¿Por qué tenemos tanto miedo a reconocer que somos capaces de todo, que hay una fuerza increíble y perfecta capaz de crear el milagro de un nuevo ser? ¿Que cómo mujeres mamíferas la naturaleza nos dió el privilegio de la maternidad gracias al cual somos capaces de transformarnos en fieras terribles o enternecernos hasta las lágrimas? ¿Por qué nos quieren amputar ese poder? ¿Por qué no confiamos en nuestro instinto, en nuestra intuición, en nuestra naturaleza sabia y perfecta?

Porque es más fácil tener miedo, es más fácil que otro se encargue y nos diga que hacer, cómo vestirnos, cómo comer, a quien odiar y a quien querer. Lo bueno y lo malo. Y así vivimos y nos convertimos en cómplices y esa ceguera nos lleva a hacerle daño a lo más puro que tenemos: nuestros hijos. Quién haya hecho un curso de Renacimiento sabe el daño que nos hacen al sacarnos antes de tiempo del vientre, ya se sabe que ese procedimiento genera daños y enfermedades para toda la vida porque no permite que el niño se inmunice con las bacterias de la madre a travez del canal vaginal y traemos niños alérgicos y débiles innecesariamente. Ya se sabe que el nacer es la primera gran victoria que queda grabada en el subconsciente creando un temperamento de luchadores y no de seres desconectados y sin voluntad. Se sabe que el estrechamiento craneal del bebé durante el parto es un masaje para el cerebro que activa la inteligencia. Ya se sabe que la euforia y adrenalina del parto es capaz de actuar como analgésico ante el dolor y que todos los procedimientos que le hacen al bebé recién nacido al apartarlo de su madre constituyen un trauma innecesario y postergable.

El mundo está caminando en dos distintas direcciones: una terrible y autodestructiva capaz de actos propios de una película de terror: se sueltan virus para vender más vacunas, se matan inocentes y se destruyen ciudades por energía, se secuestran, venden y matan niños por sus órganos, se someten a animales inteligentes a sufrimientos de por vida para alimentarnos conectados a máquinas que les generan dolor y enfermedades, mueren millones de especies intoxicadas en el mar por nuestra avaricia… este es nuestro mundo y todos sómos complices porque no cuestionamos nada.

También hay otro camino, el de negarnos a aceptar todo lo que nos dicen, el de un mundo donde tantos avances estén a favor de salvarnos y ayudarnos cuando es preciso. Un camino donde empecemos a vivir la vida y no donde la vida nos viva a nosotros. Un camino donde nos oímos y hacemos nuestro mejor esfuerzo por entender el mensaje, un camino donde no importa que no duerma lo suficiente para poder escribir estas líneas desde el fondo de mi alma y tratar de tocar el corazón de algunos de ustedes, de los que se habrán tomado el tiempo y el cariño de llegar hasta al final… Gracias.